martes, 3 de enero de 2012


La casa donde crecí fue siempre oscura.
De una oscuridad fria que te atravesaba nada más abrir la puerta.
Con el tiempo la oscuridad cada vez se hizo más densa y la frialdad permanente.
Carecía de sonidos, de ruidos o de colores.
Así crecí desde que tengo recuerdos. No existía el tiempo ni las estaciones.
Ni el día o la noche.
Un dibujo de Durero representando a un hombre
comiéndose un reloj de arena señalaba el final del pasillo.

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