miércoles, 30 de mayo de 2012

Subía al hospital en un taxi que tendría al menos mi edad. Apestoso. Con una esterilla roñosa en la trasera, con la licencia atornillada al frontal y una especie de emisora sujeta con cinta americana que de vez en cuando soltaba un metálico, enigmático y femenino : en espera-llegando-solo. Sin criterio ni medida. Tardamos diez minutos en llegar mientras amanecía. De la radio salía una voz que recitaba párrafos de Kafka. Hablaban deViena. Estos fragmento se entrelazaban con la voz metálica de la emisora sujeta con cinta. Subiendo el puente que hay tras el depósito de agua de las viviendas militares el paisaje es un cielo apocalíptico de Grünewald. No recuerdo lo que pasó durante el día. El atardecer no fue mejor: una nube en forma de güadaña permanecía inmovil sobre el sol. Hablo por teléfono en un pasillo. Es el día en que perdimos a nuestro segundo hijo.