sábado, 7 de enero de 2012

Entre Funes el memorioso y un síndrome de Diógenes existencial. Una imposibilidad de deshacerse de cualquier sentimiento. Atesorarlo, guardar cualquier recuerdo, no abandonar nada, sabiendo que aquello que no se deja ir acaba muriendo y pudriéndose. Lo vivo es cambio perpetuo. En el pudridero de recuerdos, de donde no se escapa ninguno, crece otra vida. Malsana de memoria, que teje laberintos con el recuerdo en cualquier acto presente. Hedores que enturbian la frescura del aire del momento. La realidad así se llena de citas, de pequeños números que cuelgan de rostros o de muecas, de paréntesis entre sonidos o de cuadros vistos en museos virtuales. Las cosas vividas muertas que aparecen fantasmales en el hermoso momento de lo vivo, como si los muertos se rieran de nuestros deseos. La realidad tejida en una amalgama de lineas donde no se distingue lo vivido de lo por vivir. Ciego sentado sintiendo un trémulo calor en los párpados.

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